jueves, 5 de diciembre de 2013

Sexo de Hotel (3)




Reyna tenía realmente frío. Mucho.

La decisión de volver casa en moto, a las dos de la mañana, se le estaba haciendo un tanto dura. Usaba la moto porque le gustaba la sensación de libertad, la mirada del otro, sobretodo, cuando veían bajar a una mujer como ella de esa moto. Siempre se quitaba el casco con un movimiento de pelo. Hay que estudiarlo mucho para que parezca casual. Ellos, inevitablemente, quieren follar a la rubia de la moto, y ellas, lo ve en sus ojos, unas quieren follarla, otras, querrían sentirse en su piel. Algunas, ambas cosas.

Ella se sentía fuerte. Una gran mujer. Le gustaba hacerlo sentir a los demás. Pequeñas pinceladas para formar un cuadro.

Reyna ya no era tan joven. Es bueno, se decía, tengo una larga experiencia detrás. Aunque siempre terminaba razonando: Me interesa más la que tengo aún por delante.

En casa la esperaba Adrián, su marido, y sus dos hijos. Estrictamente hablando, sólo la esperaba su marido, que era el único que sabía a dónde iba. Y a qué.

Treinta años de matrimonio dan para mucho. Para amar, para acostumbrarse, para odiar, para aburrirse, para hastiarse, para hablar, para dejar de hablar, para tener sexo del bueno, del malo, del regular, del ninguno. Alguien muy sabio le dijo una vez: "si el sexo va bien en una pareja, es posible que la pareja funcione, pero, si va mal, la pareja se romperá".

A Reina algo no le cuadraba. Tenía la sensación que produce, cuando estás haciendo un puzzle, tener una pieza en la mano, que piensas que debe encajar en un lugar, pero, que por mucho que aprietas, no entra. Su vida no encajaba. No le encajaba.

Sentía que tenía mucho que dar. A las personas. Su mundo se quedaba pequeño ante su necesidad de compartir. Su dulzura, su comprensión, su amor, su ternura, ella lo sentía como su diferencia. Todo el mundo tiene algo que le hace único, especial. Esa era su forma de ser especial. Y necesitaba personas para poder serlo.

Adrián la quería demasiado. "Todo lo que tú quieras, cariño, estará bien para mi". Así entraron en el mundo swinger. Un mundo bonito, respetuoso, que te permite conocer a la gente de otra forma. Y tanto.

También tuvo alguna amante, mujer, para ella sola. "Nunca un hombre, nunca una mentira", esas eran las reglas. "Puedes tener amantes mujeres, si lo deseas, si fuese un hombre, sentiría que me engañas". En cualquier caso, eran una reglas fáciles de cumplir.

Si te metes en la cama, a solas, con una persona, arriesgas. Es diferente si lo haces con tu marido, no deja de ser un juego en pareja, pero, si lo haces sin él... nunca sabes.

Aún así se había arriesgado. Esa chica, Candela, le había parecido agradable y dulce. Le había parecido necesitada. Y ella no podía resistirse a la necesidad de los demás. Siempre le sorprendía la cantidad de sensaciones que podía transmitirle una mujer. Con un hombre no es así. No se llora con un hombre.

Volvería. Sus propias lágrimas la habían enganchado.

Esta vez, eso sí, le pediría a ella que la trajera de vuelta. Lo de la moto de madrugada era excesivo.


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